viernes, 14 de septiembre de 2007

ENTREVISTA AL PADRE FELIPE BERRIOS: NO CENTRARSE EN UNO MISMO, SINO EN LOS DEMAS...

Polémico para algunos, agudo para otros y para muchos conciliador, el Padre Felipe Berríos se ha convertido, de un tiempo a esta parte, en uno de los religiosos jesuitas más solicitados, no sólo por los medios de comunicación, sino también por los propios fieles. Entre los desafíos de un Techo para Chile, la Universidad del Trabajador (INFOCAP), las esperadas misas de los domingos en el colegio San Ignacio, los retiros, charlas, reflexiones escritas y entrevistas, su ajetreada vida lo exige al máximo. Sin embargo, no se le ve estresado. Por el contrario, transmite una gran calma y un entusiasmo que contagia no sólo a los jóvenes que trabajan con él, sino que a todos quienes lo conocen, porque de verdad se nota completamente convencido de lo que hace. Es pausado, reflexivo, se toma su tiempo para conversar. No le gustan las fotos y, a pesar que últimamente ha estado muy presente en los medios de comunicación, parece sentirse mucho más cómodo con los bototos embarrados en los campamentos, trabajando codo a codo con las personas que lo necesitan. Lo visitamos en su oficina, atestada de fotos, miles de recuerdos de diferentes épocas de su vida y algunas imágenes sacras. Unas alegres botellas de colores adornan un cierto caos o, más bien, el desorden propio de quien tiene una vida ocupada. Sonríe cuando le preguntamos qué privilegios le ha dado el hecho de contar con un hermano gemelo. Confiesa bromeando que tener un “clon” sólo fue una ventaja cuando eran jóvenes. En medio de sus múltiples actividades, Felipe Berríos se da el tiempo para hablar con “Atrévete” de la discapacidad. A pesar de no haber trabajado directamente en este ámbito, es algo que le impacta profundamente y demuestra un conocimiento bastante amplio en el tema.
Fuente : REVISTA ATREVETE (FONADIS)


-Para comenzar, quisiéramos conocer su visión sobre la discapacidad...
Creo que el punto de partida para hablar de discapacidad es reflexionar sobre el sentido de nuestras vidas. A menudo se nos olvida el fin de nuestra existencia y desde esa mirada, obviamente que no podremos comprender la discapacidad. Cada uno está en la tierra para amar y ser amado; sin embargo, a veces pensamos que estamos aquí para competir. En esa perspectiva, los verdaderos discapacitados somos nosotros, porque quienes tienen limitaciones de distintos tipos, pueden perfectamente llegar más rápido a comprender el verdadero sentido de la vida.

¿Esto quiere decir que las personas con discapacidad tienen una suerte de ventaja frente a los que no lo son?
Para el evangelio, el rico es quien cree que todo lo merece y por tanto no agradece nada, el pobre -en cambio- es quien siente que no merece nada y todo lo que recibe lo goza, todo para él es un regalo. Nosotros, quienes nos consideramos normales, somos autosuficientes, nos cuesta mucho pedir ayuda, no sabemos dar sin esperar nada a cambio. Las personas con discapacidad, por el contrario, desde que nacen o adquieren una discapacidad, comprenden que muchas veces tienen que depender de los demás. Eso los hace más humildes y obviamente más pobres, en el concepto evangélico de humildad y pobreza, por tanto, también más bienaventurados a los ojos de Dios. La personas con discapacidad no pueden centrar su vida en lo externo. Asimismo, conocen el dolor y a través del sufrimiento se humanizan. Esto no significa que todos ellos sean un ejemplo de vida, pero practican virtudes que a veces son muy escasas en el común de la gente.

¿Cuál ha sido su experiencia con el mundo de la discapacidad?
Hay una experiencia personal que a mi me impactó y me marcó muchísimo. En México me tocó conocer un hospital para personas discapacitadas y con muchas deformaciones físicas, que eran cuidadas por unas monjitas a quienes yo visitaba regularmente. Cierto día, las hermanas tuvieron que salir y me pidieron si me podía quedar a cargo, mientras ellas regresaban. Mi papel era sólo mirar que todo estuviera en orden, porque ellas llegarían a preocuparse luego de las medicinas, el aseo personal, etc. No sin cierto temor, acepté quedarme con cerca de 30 niños y jóvenes con discapacidad. La ley de Murphy se hizo presente en esa oportunidad. Las monjitas no regresaban nunca, el tiempo pasaba y yo veía que las personas se intranquilizaban y las hermanas no aparecían. De pronto, una joven de aproximadamente unos 25 años, que era ciega y no tenía ni brazos ni piernas, me pidió desesperadamente que la mudara, yo le expliqué que no sabía hacerlo, pero ella me insistía y me rogaba porque si no la mudaba podía infectarse y le saldrían heridas. Al principio, me corrí lo más que pude, pero finalmente no me quedó otra y tuve que enfrentarme con algo que jamás había hecho y menos con una persona adulta. Ella, a pesar de no ver, percibió mi incomodidad y me preguntó ¿te sientes mal? Antes que le respondiera ella replicó: yo me siento aún peor. Comenzamos a conversar y me contó su historia: Recién nacida, había sido tirada al basurero y después de dos días, la habían encontrado medio muerta. Llevaba 25 años en ese hogar y aunque no podía moverse, no veía y dependía 100 por ciento de otros, esta mujer me impactó por su alegría, una alegría como yo nunca antes había visto. Verdaderamente le brotaba de lo más intimo y profundo. Ella se dio cuenta, además, que muchos otros enfermos del lugar necesitaban ayuda. Entonces comenzó a instruirme para que pudiera asistirlos - “El que está en la cama 3 necesita tal remedio, el otro quiere que le des agua, el de más allá necesita que lo cambies de posición”. Así, con la ayuda de una persona ciega, pude asistir a los que lo necesitaban, mientras regresaban las monjitas. En esos momentos, yo me sentía absolutamente más discapacitado que ella. Otro persona que me ha impactado profundamente es Daniela García, la joven estudiante de Medicina, que quedó mutilada después de caer de un tren. Tanto ella como mi amiga de México, son un ejemplo de humildad, de fe y de fuerza. Creo que el secreto de ambas es el mismo del Padre Hurtado: no estar centrado en uno mismo, sino que en los demás.

¿Cómo percibe a la sociedad chilena en relación con la discapacidad?
Creo que la Teletón ha hecho un aporte extraordinario. La gente en general es acogedora con las personas con discapacidad, una vez que se rompe la primera barrera. Porque lo que ocurre es que las personas no saben cómo acercarse a una persona con discapacidad, no saben cómo ayudarla. Muchas veces me ha tocado ver a una persona ciega tratando de atravesar la calle y a mucha gente a su alrededor, sin saber cómo aproximarse. Los chilenos somos un poco tímidos en este sentido, porque tenemos miedo a la reacción del otro, no es por maldad o por falta de preocupación, es más bien por una real falta de conocimientos acerca de cómo interactuar, de cómo nos entendemos con la discapacidad.

¿Y qué se le ocurre a usted hacer para vencer estas barreras?
Creo que hay que dar ejemplos concretos. Me acuerdo que en Holanda conocí a una familia que tenía un hijo con Síndrome de Down. En ese caso, el Estado se preocupaba de buscarle un puesto en una empresa que estuviera cercana a su domicilio, a la vez que subvencionaba este empleo. Así, este muchacho, cuya discapacidad era bastante severa, se dedicaba a poner estampillas en algunos sobres y la verdad es que llegaba a su casa contento porque se sentía útil para el mundo y se relacionaba con otras personas, lo que le ampliaba su visión. Trabajar es un bien, no hacerlo -cualquiera sea el motivo- es a mi juicio un castigo que no deberían padecerlo las personas con discapacidad. Mirándolo desde otro punto de vista, tengo la experiencia aquí mismo, en Un Techo para Chile, de un muchacho con discapacidad, cuyo aporte más importante ha sido humanizar el ambiente de trabajo y a crear un clima de mayor comprensión y profundidad, ha sido increíble.

Se trata, entonces, de pensar en positivo...
Creo que debemos volver al punto de partida de nuestra reflexión: Si el fin de nuestra existencia es amar y ser amado ¿qué relevancia tiene la discapacidad en este contexto?… Incluso puede convertirse en una ventaja. Hay tantos ejemplos en la historia que nos demuestran que la imagen externa es como una cáscara que se desprende y derrumba en cualquier instante. Sin ir más lejos, la propia Marilyn Monroe, físicamente era perfecta, pero terminó suicidándose, porque no tenía un sentido por el cual vivir. El tener un buen estado físico no garantiza nada. Cuando a Jesús le traen a un ciego y Él le permite ver, proclama que a través de ese ciego quiere abrirle los ojos a todos los que no quieren ver. Para mi es muy importante no confundir una discapacidad física con un castigo de Dios o con una prueba que el Señor nos pone en el camino. La verdad es que Dios no juega así con sus hijos amados. Dios nos cuida a todos, amorosamente, porque no importa nuestra condición, todo podemos amar o ser amados.

¿Qué le diría a los papás de un niño con discapacidad?
Les diría que miren a su criatura con otros ojos. Que ella no vino a la tierra para competir. Les diría que lo único que uno espera de sus hijos es que sean felices y que no teman, porque sus hijos probablemente tengan más posibilidades, incluso que los niños sanos, de lograrlo, porque vinieron al mundo a amar y ser amados… Solamente eso y nada más que eso.

martes, 28 de agosto de 2007

Cómo educar adolescentes solidarios



El camino para desarrollar la solidaridad, como un valor moral, se inicia desde la niñez, cuando se comienza a distinguir el bien del mal. Pero es durante la adolescencia que el joven reconoce una regla esencial: "No hagas a otro lo que no quieres que te hagan a ti". Aquí, el destacado sicoanalista Ricardo Capponi aborda cómo los jóvenes pueden convertirse en personas solidarias, tema que expuso el jueves 9 de agosto en el congreso "Educación y Solidaridad", organizado por el Hogar de Cristo y la Facultad de Educación de la Universidad Alberto Hurtado.



Por RICARDO CAPPONI

Para el ser humano, gregario en su esencia, la solidaridad es fundamental. En relación al grupo, se es solidario más que generoso, bueno o altruista. Por lo mismo, hay que hacer un esfuerzo por quitarle a este término el carácter "político" que arrastra desde los años sesenta, evitando a su vez que quede reducido a una caridad parcial, sin incorporación de los compromisos cívicos y la preocupación activa por la comunidad.

La infancia

La capacidad de ser solidario es el final de un proceso de formación moral que comenzó en la niñez, con el aprendizaje de lo que es bueno y lo que es malo. Al empatizar con las personas más desvalidas comienza a surgir, tanto en el niño como en el adolescente, la compasión que mueve a ayudar al prójimo. Un proceso que culmina cuando la persona integra a su actuar la preocupación solidaria por los derechos humanos de todos quienes forman parte de la sociedad.

Los conceptos de bien y mal se construyen a partir de la relación con los padres. El niño internaliza límites y prohibiciones gracias a la fuerza emotiva que ellos encarnan, pues no sólo enseñan afectuosamente, sino que también son fuente de temores y dolores (castigos) que "rayan la cancha", respecto del bien deseado y el mal rechazado. Mirado desde esta perspectiva, causan un grave daño los padres consentidores que no asumen su papel formador.

10 a 13 años

A partir de la pubertad, la legalidad y las normas que establece la sociedad por medio de sus instituciones, van a ser incorporadas por la mente del púber, pasando a formar parte de su bagaje moral. A esta misma edad, sus pares van a influir significativamente en la interpretación de dichas normas. Las relaciones personales e íntimas, las relaciones con el grupo y la "patota", así como con sus líderes y personajes idealizados, van a inculcarle parte de los valores positivos y negativos que ejercerá en la adultez.

El púber, a diferencia del niño, ya incorpora el sentido de reciprocidad: la "ley del Talión" para lo malo, el "mano a mano" para lo bueno. Pero no nos confundamos: en esta etapa de la vida, la justicia, la reciprocidad y la solidaridad sólo existen en contextos pragmáticos y utilitarios. Su orientación es aún hedonista: lo moralmente correcto tiene que ver con las propias conveniencias, y el cumplimiento de las normas tiene como motor el temor. Aún no está presente la sana culpa que hace tomar conciencia de los daños infligidos y lleva a la reparación.

14 a 17 años

Durante gran parte de la adolescencia, se va aprendiendo a reconocer los derechos de los demás. La regla principal es "no hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti". Esta conducta se va orientando desde un cumplimiento motivado por lo egocéntrico, para llegar a uno regido por lo socio–céntrico. El adolescente recorre un camino a lo largo del cual aprende a reconocer sus necesidades personales y a diferenciarlas de aquello que es moralmente correcto, integrando a dicha moral lo que es socialmente aprobado. En este período se va desplazando desde una moral dictada exclusivamente por los padres y profesores, a ideales y valores propuestos por sus pares y sus líderes. Todavía la búsqueda de aprobación es una de sus principales motivaciones; pero si bien se está alejando de la moral egocéntrica basada en su propia conveniencia, aún está lejos de constituir la moral convencional de carácter social, que se consolida a partir de los 18 años y que será el fundamento de la aspirada moral autónoma de la adultez.

Hay condicionantes cognitivos y emocionales propios de la inmadurez de esa edad, los cuales tienden a perturbar el proceso de crecimiento moral y deben ser elaborados con los padres y las instituciones de la comunidad.

Desde el punto de vista cognitivo, el muchacho, hombre y mujer, está dejando atrás su forma de pensamiento concreto y está empezando a ejercitar y consolidar el pensamiento formal. La moral convencional requiere de un pensamiento formal desarrollado. Es que el pensamiento formal abstracto es el que permite entender ciertas variables que constituyen la madurez moral: poder imaginar al otro, con sus propios pensamientos y deseos; comprender la necesidad de límites e interdicciones para el funcionamiento grupal y social como base para una buena convivencia entre los seres humanos, y el principio de que "la ley pareja no es dura".

Desde el punto de vista emocional, el adolescente, con la ayuda de los padres y la comunidad, lucha contra su egocentrismo, que se caracteriza por: sentirse el centro de atención; vivir con la convicción de que su existencia es única, inmortal y especial; tener una gran capacidad para buscar argumentaciones y móviles variados para justificar conductas complejas y racionalizar en exceso situaciones triviales, lo que lleva al adolescente a acomodar sus acciones a su antojo.

Durante esta etapa, el adolescente comienza a construir su propia identidad, para lo cual necesita romper con las figuras paternas. Lo hace recorriendo un camino pendular, con momentos de gran dependencia infantil en relación con los padres, que se alternan con otros de intensa rebeldía. Vive así una relación conflictiva que le va a tomar varios años resolver, y que le exigirá un alto grado de agresividad y, por lo tanto, reiterados desencuentros y conflictos, para finalmente lograr separarse y diferenciarse de sus progenitores. Los estados emocionales de rebeldía y dependencia propios de esta fase requieren de padres cercanos y contenedores, que den la cara y no eviten el conflicto, pero sin autoritarismos que quiebren la relación. Los padres "amigotes" y condescendientes son nefastos.

18 años en adelante

Una vez superado el egocentrismo y tolerada la separación respecto de sus padres, sus propios dolores y carencias vividas en este proceso, el joven llega a ser más empático y compasivo con el dolor ajeno. Ha adquirido mayor autonomía y una generosidad cada vez mayor que lo motivan a entregarse a causas solidarias. Considerando estas potencialidades, los canales que brinde la comunidad para su desarrollo son de la mayor importancia.

No toda conducta solidaria refleja solidaridad, pues muchas veces puede esconder una motivación narcisista. Ello no hace de por sí negativa una conducta. Pero la solidaridad auténtica es aquella sostenida en el tiempo, movida desde el amor, que integra un respeto profundo al prójimo e incluye el compromiso y la responsabilidad con él y su condición humana. Tal es uno de los logros más complejos del funcionamiento mental y, a la vez, una de las conductas que más recursos aportan para una vida mental sana y que mayormente dignifica la condición humana.

Una interesante reelaboración del valor se produce durante la tercera edad, cuando la solidaridad con el prójimo y la sociedad se hacen más conscientes. Este carácter más desprendido de los mayores los hace más justos y solidarios, en un sentido profundo del término. Contribuyen así a otorgar una sana identificación para los adultos jóvenes, quienes a su vez, como padres, transmiten el verdadero sentido del ser solidario. Señalo esto porque la sobrevaloración actual de lo joven - típico rasgo narcisista de nuestra sociedad, que tiende a desvalorizar la experiencia y los logros propios de la madurez- monopoliza el acto solidario como una cuestión de jóvenes, y opaca el concepto en su verdadera acepción. ya

* Ricardo Capponi es siquiatra y profesor de la Universidad Católica. Preside la Asociación Psicoanalítica Chilena.

El gran apoyo de los jóvenes

Los actores principales en la construcción de una moral de calidad son la familia y la comunidad. La familia puede ser conyugal, matriarcal, patriarcal, de pandilla o delincuencial. La patriarcal genera una moralidad represora que más tarde genera rebeldía. La matriarcal tiende a generar una moral más carente de compromiso con la comunidad. La familia conyugal es la que más contribuye a una moral solidaria. La escuela también ocupa un rol, ya que ayuda al joven a la reflexión sobre el sentido antropológico de la preocupación cívica. La universidad, por su parte, contribuye a la formación de ideales, aportando una mirada profunda desde la cultura. El Estado, los medios de comunicación y los sistemas de policía tienen que de señalar con claridad las fronteras que no deben ser traspasadas, y las consecuencias de hacerlo. Una sanción ejemplificadora ayuda a evitar el desborde instintivo por medio del temor. Las religiones por su lado tienen el desafío de mostrar a los jóvenes en un lenguaje apasionante la sabiduría milenaria de su mensaje.

Felipe Berríos:" La pobreza es responsabilidad de todos"









Felipe Berríos, sacerdote jesuita y líder social
“Es mezquino no reconocer la baja de la pobreza”

La voz de las organizaciones de ayuda social más mediáticas de Chile entra al debate sobre las cifras que entregó la Casen. Afirma que el Programa Puente sí ha sido efectivo en combatir la miseria, califica de injusto el trato que le dio Canal 13 y niega ser la persona más influyente de Chile. Si eso fuera cierto, dice, “ya no habría más campamentos”



Por Mirko Macari

¿No vai a poner nada malo, cierto?”, me dice riéndose Catalina, la encargada de prensa de Un Techo para Chile, cuando salimos de su oficina, ahí en Santa Rosa con Departamental. No es que un periodista esté obligado a poner algo malo, pienso, pero sí a tomar distancia, a que la entrevista no quede mamona, que no sea una pieza de relaciones públicas, como ocurre muchas veces por tantas razones despreciables. Es cierto que ahora eso es más difícil porque si hay alguien transversal, con licencia para criticar a moros y cristianos (cristianos, sobre todo), es este cura que iba a casar a Iván Zamorano con Kenita Larraín. El cura de moda, lo bautizaron entonces, porque el tipo es rostro, es carismático y es ondero, porque todos le dicen Felipe y porque va a comer a las mansiones más empingorotadas y se codea con la creme de la creme del poder, y les habla de las injusticias, de la pobreza, y después de la sopa de cebollas les dice que la moral no está debajo de la cintura, sino abajo de la ciudad. “Obviamente, tú en la mañana puedes estar conversando con una señora que no tiene qué echarle a la olla, y en la noche llegas a una casa y primero saludas de beso a la empleada, y la gente se incomoda por eso”, cuenta él con su voz pausada y baja, pero que no por eso tiene menos fuerza.

Berríos es jesuita, cómo no, y es la cara de esta organización que construye mediaguas y que esta semana entregó su propia radiografía sobre el mundo de los campamentos, los más pobres de los pobres en Chile. Su centro de operaciones, en la comuna de San Joaquín, tiene un aire al centro de la NASA donde se monitorean los lanzamientos espaciales: muchos computadores, diferentes niveles, ninguna puerta ni separación y toda la gente trabajando afanosa y motivada.

–Pablo Longueira dice que eres la persona más influyente de Chile.

–Si lo fuera no habría más campamentos.

–Probablemente alude a tu capacidad de abrir puertas, de que gente de agenda copada te reciba y conteste el teléfono.

–Pero a mí me encantaría tener esa influencia para, por ejemplo, haber conseguido algo por la buena para estas señoras que me estaban esperando afuera, que han luchado por meses para poder tener un sitio mientras construimos las casas definitivas. Pero ahora tenemos que ir por la mala.

–¿Qué significa a la mala?

–Tenemos que empezar a protestar, a presionar, que ellos ejerzan sus derechos, hacer que se cumpla la justicia.

–¿Un cura subvirtiendo el orden?

–El orden debería estar para cumplir la justicia, pero hay autoridades que son elegidas para ayudar a la gente y no las ayudan. Hay alcaldes que ni siquiera saben que en sus comunas existen campamentos, y otros que los ven como un estorbo.

–¿En la política hay mucha insensibilidad hacia la pobreza?

–Necesitamos rescatar la política como un medio de servicio, por eso me opongo a esa onda que hay hoy de hablar en contra de la política. Todos los defectos y las miserias que tienen los políticos, también los tienen los empresarios, los curas, son parte de la condición humana. Necesitamos que los mejores jóvenes se metan en la política, porque sin buenos políticos nunca vamos a resolver la pobreza ni la exclusión social. Es ahí donde se cambian las estructuras.

–El catastro de campamentos habla de 28.500 familias que viven en estos lugares. ¿Cuántos individuos son?

–Debería corresponder a 4,5 personas por familia.

–O sea, unas 130 mil personas. ¿Son menos que antes o está estancado?

–Mucho menos que antes, pero no debiera haber ninguna. El problema de Latinoamérica no es que sea un continente pobre, sino que es un continente injusto. Yo viví en el África negra, que es pobre, pero Latinoamérica no es pobre, es injusta.

–¿Qué te parece la discusión política sobre si ha bajado o no la pobreza, a propósito de la encuesta Casen?

–Me parece una mezquindad tremenda. Yo creo que la pobreza es responsabilidad de todos.

–Decir de todos es en el fondo decir de nadie.

–Me refiero que no significa decir “pago mis impuestos y que lo resuelva el Estado”. No es solamente una variable económica, educacional o de trabajo. En medio hay metido clasismo y muchas cosas que influyen en la pobreza.

–¿Y por qué hay mezquindad?

–Hay mezquindad porque deberíamos estar orgullosos; si bien es cierto que los últimos gobiernos han tenido la responsabilidad en la disminución de la pobreza, también tenemos que ser generosos y reconocer que eso se ha debido a que hemos llegado a acuerdos políticos con la derecha. Por eso me parece mezquino que no se reconozca esta baja, que además es una cuestión objetiva.

–La Casen dice que si ganas sobre 47 mil y tantos pesos, ya no eres pobre: si ganas 50 mil estás fuera de la estadística. ¿Te parece una cifra adecuada?

–No, es una cifra muy precaria, pero tiene la ventaja de que es una medición, y si la cambiamos estaríamos midiendo peras con manzanas. Lo importante es que refleja una tendencia a la baja. Ahora, eso no refleja calidad de vida. Es un termómetro que muestra que la temperatura va bajando; pero que no nos quedemos tranquilos hasta que no haya infección es otra cosa.

–La encuesta no refleja la sensación de pobreza, las subjetividades involucradas. ¿Qué le pasa a la gente que se siente pobre?

–Yo hago una distinción entre pobreza y miseria. Pobreza es la falta de oportunidades; si a mí me dan la oportunidad de trabajar o estudiar, por ejemplo, yo tomo esas oportunidades, les saco el jugo y las aprovecho. Miseria es una persona que por mucho tiempo ha estado en la pobreza, generaciones que se han deteriorado humanamente, que no tienen amor propio ni seguridad en sí mismos. Aunque les ofrezcas oportunidades no van a saber tomarlas, no están en condiciones de tomarlas. En Chile a todo le llamamos pobreza, pero la mayoría de las veces lo que tenemos es miseria.

–La miseria está comprendida dentro de la pobreza, ¿no?

–Claro, lo complicado es que las mediciones objetivas tienen el defecto que pueden considerar pobre a una persona que es miserable.

–¿Un Techo para Chile saca a la gente de la miseria construyendo mediaguas?

–Lo que pasa es que la mediagua es un primer paso, nunca un fin. La mediagua es una herramienta pedagógica que permite que una persona por primera vez tenga algo propio: por primera vez conoce lo que es la propiedad privada, por primera vez ahorró algo de plata y tuvo de inmediato un resultado. Ahí empezamos a trabajar con ellos, a reforzar sus organizaciones, hacemos un sistema de microcrédito, redes de bibliotecas, reforzamiento escolar, capacitación; empieza todo un mundo de cosas que llamamos habilitación social. La meta no es la vivienda definitiva, es el barrio, es una comunidad organizada que puede protegerse de la delincuencia y la droga.

–Mirando las cifras, entre 1990 y 2000 la creación de campamentos se dispara de 85 a más de 200, y luego empieza a bajar. ¿Por qué?

–Hay un factor político. Hasta antes de 1990 la gente se tomaba terrenos, estaba el miedo a la dictadura. Durante el Gobierno militar, sin respetar a las personas, se trasladó gente de un lado a otro. Viene la democracia y la gente se hace visible, empieza a perder el miedo y a actuar, por eso hay un aumento. Y después empieza una disminución, porque se empiezan a aplicar políticas sociales.

–¿Qué te pareció el programa de Canal 13 que denuncia los problemas del Programa Puente?

–Creo que el Programa Puente de Chile Solidario ha sido tremendamente efectivo y eficiente. Yo he sido testigo de eso. Gran parte de la disminución de la pobreza drástica de este último tiempo se debe a ese programa.

–¿Fue injusto el tratamiento de “Contacto”?

–Sí, yo creo que fue injusto. La televisión hace un bien enorme en mostrar a sinvergüenzas y gente fresca, porque estos programas no tienen un ciento por ciento de efectividad, pero creo que les faltó mostrar la parte de efectividad que sí han tenido.

–¿Se justifica entonces la ira de Lagos?

–El ex Presidente Lagos no necesita que yo lo ande justificando, pero es lo mismo que si a nosotros, de las 30 mil o 40 mil mediaguas, de repente nos tomaran 30 casos en que quedaron mal construidas y a partir de eso, que es una realidad, se juzgue todo un programa o quede la sensación de que todo sea así.

El tarrito en la letrina

–El otro gran problema de Chile es la desigualdad. ¿Cómo la vives tú, una noche vas a comer a La Dehesa y luego viajas hasta acá, y vas viendo el contraste por la ventana, como Machuca, el de la película?

–Es que hay dos Chiles. Un Chile al que le brilla la estrella de la bandera y uno al que no le brilla. Participamos de un sistema injusto y no basta que haya personas de buena voluntad, no basta con ser bueno y decir la verdad, no robar y pagar los impuestos. Además, tengo que preocuparme de cambiar las estructuras que son injustas.

–¿Te impacta ese contraste del paisaje urbano?

–Claro que impacta. Recuerdo cuando fui a Argentina a recibir un premio, y del aeropuerto me fui a una comida con una cantidad de tenedores y vasos que no sabía cuál agarrar. Termina esa comida y me voy a un campamento a 15 o 20 minutos de ahí, a una villa miseria donde la gente se alimentaba de la basura y a los niñitos les comían los dedos las ratas. Por eso creo que es reimportante hacer que uno se ponga en el lugar del otro.

–Debes darte cuenta que el discurso dominante no es el de cambiar las estructuras.

–Yo noto que hay bastante conciencia social. Los grandes empresarios -que en el fondo hay repocos, porque los que nosotros llamamos empresarios son inversionistas-, que han sido capaces de crear empresas y han tenido contacto con los trabajadores desde un comienzo, tienen mucha conciencia social. Lo complicado son los ejecutivos que están a cargo de empresas y que quieren mostrar rendimiento, quieren aparecer en un ranking de ejecutivos exitosos. A ese gallo le da lo mismo si la empresa la venden o si reduce personal, sólo quiere mostrar resultados.

–¿Y no hay un problema en el modelo económico también?

–En Chile hemos pasado por todos los modelos y la solución va a venir del fin del clasismo que tenemos, del egoísmo y el individualismo. No es una cuestión que uno diga “cambiamos esta ley”, porque si cambiamos la ley y la persona es una fresca va a buscar la forma de burlarla igual.

–Pero con esta tasa de impuestos, por ejemplo, la desigualdad puede disminuir un poquito, pero no cambia en lo sustancial.

–Sí, son estructuras. El otro día me tocó una religiosa que vive entre los pobres y se quejaba de que a esa gente no le pagan los sueldos correctos. Pero esa misma religiosa me mostró una radio que se había comprado para la parroquia, marca Kaiwa. Y yo le hice ver que no era Aiwa, porque Aiwa es más caro, ya que paga los impuestos correctos y paga las imposiciones correctas a sus empleados. Kaiwa es una imitación de la otra que hacen unos obreros por un plato de arroz, por eso es más barata. Esa misma religiosa se aprovechaba del sistema.

–Muchas empresas que se asocian a ustedes y los apoyan lo hacen por la imagen, por estrategia de marca. No porque quieran cambiar las estructuras, sino porque la caridad es marketing, ¿o no?

–Puede ser, pero es una imagen que involucra un compromiso. Nosotros nunca pedimos sólo plata, pedimos también que vayan a construir, que se metan en los campamentos, que dialoguen con la gente que está construyendo. Te aseguro que el que ha visto eso sale distinto. La otra vez a una chiquilla que le llegó la regla y estaba muy complicada; yo me desentendí del problema, pero después vino a hablar conmigo llorando porque le había dicho a la dueña de casa donde estábamos y ella le prestó la letrina. La puerta no cerraba del todo, y allí la niña tuvo que cambiarse la toalla higiénica y lavarse con un tarrito con agua. Esa mujer nunca más en la vida volvió a ser la misma. LND.